Conoce a Adam (La danza de las brujas).

Amig@s, ¿aún no conocéis al soldado Adam? 

Os cuelgo un pequeño extracto de la novela LA DANZA DE LAS BRUJAS y así podréis conocer mejor al guerrero.



<...La mañana comenzaba a despejarse. La espesa neblina que cubría todo Hanon se disipaba lentamente despejando el entorno; los rayos del sol se abrieron paso a través de aquella espesura para darle vida a lo que fue una catástrofe.
El ajetreo de la gente era sorprendente. Los carros cargados con piedras, para levantar el muro que rodeaba la comunidad, llegaban por duplicado; finos troncos de madera aguantaban cada pequeño levantamiento para que fuera cuajando la mezcla.
Alfred terminó de descargar uno de los carros. Silbó a su hermano y a Louis. Necesitaba hablar urgentemente con ellos. Aún no había hablado con los aldeanos y lo estaba demorando demasiado. La situación no podía seguir así. Alfred se había pasado toda la noche cavilando sobre lo que pronto vendría, la ira de la Santa Inquisición. No le había dicho nada a Angie de lo que se avecinaba, no vio el momento adecuado. Cuando se dieran las circunstancias adecuadas hablaría con ella, pensó. Esa misma noche, estuvo tentado a comentarle el grave problema, pero la seducción de su mujer nubló su raciocinio olvidando todo cuanto estaba dispuesto a contar. Alfred se frustró. No le gustaban los secretos y menos ocultárselos a Angie.
—Capitán —saludó Adam.
—Mi señor —contestó Louis.
Alfred ojeó a su hermano. Estaba demasiado exhausto. Su oscura y penetrante mirada seguía perdida, ausente. La barba de varios días, sobre su rostro, le entristecía la cara. No podía ver a Adam así, hundiéndose en su propia miseria. Alfred respiró profundamente y mantuvo sus lazos familiares a un lado. Su deber como capitán debía imponerse en esos momentos.
—Hablemos en aquel rincón. —El capitán hizo señas a sus dos soldados y caminaron hasta un lugar apartado de todos los habitantes—. Tengo previsto un viaje. Será peligroso, pero me gustaría que lo supierais. Y será antes de hablar con los aldeanos. Quiero ir sobre seguro.
—¿Hacía donde, capitán? —le preguntó Adam ladeando su cabeza y observando el semblante de su hermano. Intuía algo que no lograba descifrar. Otra vez esa intuición, consideró nuevamente. ¿Por qué solía ocurrirle siempre que había un peligro? Estaba asqueado consigo mismo por no saberlo.
—Iré a Lahneck.
—¡¿Qué?! —La alterada voz de Louis consiguió que más de una cabeza se girara para buscar aquella protesta.
Lo sabía, se dijo a sí mismo Adam.
—Lo que oís. Necesito ir a Lahneck para saber que se cuece. No me gusta tanto silencio. ¿Es que no os habéis dado cuenta que están preparando algo peor? Sabemos quién está detrás de todo esto. ¡Ese miserable Müller! —La ira conquistó el cuerpo del capitán—. No soportaría verlo aquí, en Hanon, y menos a sus secuaces. No me gustaría que caminaran por lo que tanto trabajo nos está costando levantar.
—Le rebanaré el pescuezo, si osan poner sus pezuñas sobre Hanon. —Las letales palabras de Adam hicieron que su hermano asintiera.
—No sólo me preocupa matarlo, soldado. El problema vendrá después. Ese mercenario tiene muchos contactos con gente de su misma calaña.
—¡Nosotros fuimos entrenados para ensartar a esos carroñeros, mi señor! —A Louis le invadió la furia. Su felina mirada hacía temblar incluso al mismísimo Satanás.
—Lo sé, soldado. Sin embargo, nos debemos a este lugar, a esta comunidad. Y comprenderéis que nuestra responsabilidad no sólo reside en manejar una espada. Hay mujeres y niños que quieren seguir viviendo, ¿comprendéis? —El capitán se ciñó a la cruda realidad.
Louis quedó pensativo.
—No me importa, lo ensartaría mil veces para que sus esbirros lo vieran y no volvieran jamás —dijo éste impasible.
—No lo comprendéis, ¿verdad?, porque no os interesa entenderlo —contestó Adam dirigiéndose a su compañero—. Si estuvierais enamorado de alguien… quizás no hicierais esos comentarios.
Louis dio un paso hacia Adam con los puños apretados. Estaba dispuesto a atestarle un buen puñetazo.
—¡Deteneos, soldado! —Las enérgicas palabras del capitán le hicieron detenerse—. No permitiré que haya una disputa entre ustedes dos, ¿oís?
Adam lo miró de soslayo. Louis hizo lo mismo, soltando maldiciones.
—No pienso dejaros ir a Lahneck, hermano. Yo os sustituiré. Vuestro deber es estar al lado de Angie —dictó Adam apretando la mandíbula. Era lo menos que debía hacer, se exigió. No quería permanecer allí por más tiempo, necesitaba salir inmediatamente de Hanon, porque si volvía a ver a su dulce hechicera se moriría. Esta oportunidad sería su vía de escape, por unos días.
—Imposible, ya lo he pensado y parto mañana.
—Adam tiene razón, capitán —contestó Louis mirando de reojo a su compañero—. Nosotros no estamos comprometidos con nadie. Sin embargo, vos sí.
—¿Y eso es un impedimento, soldado? —A Alfred se le cambió la cara.
—No, señor. Simplemente iremos en vuestro lugar. Además, necesito salir de este ambiente y sentir la adrenalina del riesgo. ¿Y qué mayor riesgo que indagar el propósito de Godoberto?
Adam sonrió débilmente y se sintió extrañado. Después de tanto tiempo sin sonreír, parecía que el simple hecho de llevar a cabo aquella misión le ilusionaba nuevamente. La idea de partirle las piernas al insensato de Godoberto le llenó de diversión. Adam volvió a sonreír. Definitivamente ese viaje le ayudaría a despejar sus dudas y a esclarecer los problemas que se amontonaban en su cerebro, día tras día, a consecuencia de los absurdos prejuicios del padre de Anette hacia su persona.
Alfred observó el rostro de los dos hombres. Parecía que ansiaban ese pequeño escape para evadirse un poco. Desvió la mirada y la posó en su hermano. Vio claramente el dolor de Adam reflejado en sus cristalinos ojos.
—Está bien. Dejaré este plan en vuestras manos —sentenció el capitán—. No me gusta poner en peligro a mis hombres, pero… Louis tiene razón. Aquí me necesitan, precisan de mi experiencia para seguir practicando y aprender a luchar. No obstante, os proporcionaré algunos datos para ayudaros en vuestro cometido.
Adam se acercó a su hermano y tocó su hombro. No dijo ni una palabra, no podía. Sabía de antemano que Alfred había pensado en él al tomar la decisión de no ir. Y le estaba muy agradecido.
—Partiréis mañana al alba —comenzó a decir el capitán—. Cabalgaréis por los bosques, ocultándoos de miradas furtivas. Vestiréis con ropaje campesino, para no llamar la atención. Una vez lleguéis a Lahneck, seguiréis el camino del río, que os conducirá a la fortaleza. Debéis tener cuidado, porque siempre hay guardias custodiando las entradas al recinto. ―Alfred se quedó por un momento pensativo. Recordó el día que lo encerraron en aquel asqueroso lugar. El frío y la humedad casi se lo llevaron al otro mundo. Y todo por culpa de ese malnacido que ahora volvía a estar en su camino―. Esta noche se lo comentaré a mi esposa para que haga uno de sus hechizos, y así no tengáis problemas cuando os introduzcáis en el castillo. Si os cogieran, sería nuestra perdición.
—Gracias —contestó Louis asqueado.
Adam tragó el nudo que se le formó en la garganta. Hechizos. Esa palabra pareció fundirse en su alma. Su pequeña Anette solía hacer también esa clase de rituales… Juró en silencio, que cuando regresara de aquella cruzada, lucharía por ella, costase lo que costase. Estaba hasta las narices de seguir viviendo una realidad que no le pertenecía. Sabía que ella seguía sufriendo, que no le había arrancado de su corazón. Anette dejó bien claro el amor que le tenía. Aún le quemaban las palabras que le dijo en la colina: «Mi señor, ¿está vedado amar a un caballero? Porque si es así, estoy infringiendo todas las leyes que existen del amor».
Adam sintió que su cuerpo se quebraba por dentro. ¿Cómo era posible que el amor doliera tanto? Se preguntó, buscando una respuesta que le consolara. ¡Maldita fuera la vida! Él era un hombre con deseos, con necesidades, y nadie en el mundo le impediría estar con la mujer que amaba. Con ese pensamiento se dirigió a la construcción nuevamente para ayudar a los demás.
Alfred y Louis lo miraron extrañados. No se había despedido de ellos. El capitán comprendió a su hermano y lo dejó pasar. Adam merecía una oportunidad, había demostrado su lealtad a Hanon, pero uno de sus habitantes no quería dar su brazo a torcer.

Ambos soldados caminaron hacia la obra. Alfred se desvió y partió en busca de su esposa. La hora había llegado. Angie debía saber lo que se estaba cociendo en Lahneck. En esos momentos toda la comunidad estaba en peligro y la urgencia por acabar los muros era apremiante...>


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